falsos recuerdos

¿Debaría sorprendernos cómo las cosas que nos causan las más vivas emociones propenden a la mixtificación, cómo se pierden los detalles importanes y los insignificantes se magnifican? De pronto los sucesos se diluye en la memoria y al final nos queda un par de imágenes, una vaga idea de cómo sucedieron las cosas, y la certeza de que muy probablemente nada ocurrió como lo recordamos ni cuando creemos que sucedió.

redes

twitter, facebook, whatever... no, pues si la cuestión es hablar solo, desde aquí puedo hacerlo perfectamente (lamentablemente, en más de 140 caracteres).

constantia

Lo sé, no soy muy constante que digamos... Pero hago honor a la descripción de mi perfil, al menos en lo que respecta a mis proyectos personales. Qué decir.
Y lo peor, tenía que escribir esto un 13 de febrero. Diantres.

uña vida en definitiva

Después de comer, Montemayor y Alí llegaban todos los miércoles al CME... casi todos los miércoles, quiero decir, llegaron. Carlos, muy propio; Alí, de vez en cuando, tragos de más o de menos, feliz con sus güisquis. Yo ¿me sentaba a su lado? No lo recuerdo: sí, era Lorena, creo. Sea como sea, los dos teníamos la secreta aspiración de que su talento se nos pegara como por ósmosis; pero ella fue quien probó su hipótesis: por ósmisis, nada.  Sus comentarios: “¡Ajum, jm jm!, el empleo correcto del quizá y del quizás está en la vocal...”, por ejemplo; y la más memorable: “definitivamente es una palabra que no existe: nada es definitivo, sólo la muerte”; sus anotaciones, comitas, puntos y comas, una terrible: “no sirve” y un “muy largo” para mí apenas fueron aleccionadores, pero sus innumerables globitos para señalar repeticiones de palabras me causaron una viva impresión que la relectura de Adolfo Bioy Casares me curó. Ahora veo que la cura también fue nociva.
   Mientras Montemayor hablaba, Alí chupaba su Halls, hacía bolita el envoltorio y, después de juguetearla un rato, cuando Carlos se excedía en los comentarios, lanzaba con singular tino el proyectil. Carlos se detenía. Luego insistía Carlitos y Alí volvía a atajarlo con otro proyectil (los formaba en la mesa). Sólo una vez no hizo caso, y Alí, nada imprudente ni falto de tacto, comenzó a dormitar. Así de simple.
   El asunto es que durante la sesión mi vista no podía despegarse de su mano derecha, que mientras nosotros interveníamos, se movía con rapidez para intervenir a la vez nuestros textos con su bolígrafo, veloz. Pero mi vista, decía, no podía despegarse de su mano, no por la habilidad de la pluma, sino por su larga uña del dedo meñique. Esa uña, uña legendaria, me hacía sentir una vergüenza universal, cacofónica, cómo explicarlo... era la uñita. Se decía, nunca me lo dijo, pero se decía que se la dejaba larga (pero es que de verdad, era demasiado larga) para usarla de pasapáginas cuando revisaba pruebas y galeras, o nuestros ínfimos borradores. Pensábamos que esa uña (no esa, sino otra muchos años atrás, cortada) había corregido Pedro Páramo, El llano en llamas, Confabulario, las obras completas de Xavier Villaurrutia, Efrén Hernández, ¡ay!, quién sabe cuántos más y yo pensaba ¿cómo pudo haberlo hecho, con esa uña? Y ahora se paseaba como si nada por nuestros textillos, como si nada pasara, nada pasó con ellos. Excepto la uña.
   Yo lo conocía de antes por un poema, uno solo me basta para recordarlo siempre: “Al monumento de un poeta”. Con motivo de sus 75 años, u 80, le hicieron un homenaje nacional y pusieron durante una larga temporada un poema suyo con una innegable errata que se reprodujo en cada vagón del metro de la ciudad de México. Lo sabía de memoria (ya no):

   Dormita la ciudad y de su orilla
   apártanse hartos de salud los hombres,
   plumas desordenas por el viento.

   El desvelado en busca de la puerta,
   el méndigo y sus alucinaciones
   la adúltera que vuelve temerosa
   a la hora del bronce desbordado
   en huerto sobre el día: hermanos míos
   semejantes al ruido que se vuelve
   para mostrar el dorso iluminado,
   llenos de escamas frías que organizan
   la huella de la sierpe que esperaba...


y me encantaba (Alí censuraría esta rima involutaria). Es la errata más bella de mi vida. Joven y torpe, igualado como una mucama de la época de oro del cine mexicano, tuve el descaro de decírselo cuando lo conocí, al lado otra viejita viejita viejita, Griselda Álvarez, tenebrosa, como quien le dice “chico favor que le hicieron a tu poema”. Llegué a la cita de la primera comida del CME, la presentación de los becarios, y lo primero que atiné a decirle fue: “el méndigo y sus alucinaciones”. Carraspeó y la cosa quedó ahí. Pasaron un par de meses, y en la otra comida de los becarios, la que era con los asesores, insistí con que el méndigo y sus alucinaciones y qué le había pasado al corrector que revisó el texto. Alí, con la serenidad de monumento de poeta, respondió con buen humor: “No sé cómo no se me ocurrió entonces.” 

Pepe Grillo

Lo cierto es que de vez en cuando se cometen actos irreflexivos, el super yo sufre un espasmo y ese Pepe Grillo que lo tiene a uno dale y dale y dale quién sabe dónde se esconde, se enreda entre los cabellos, uno se pasa el peine y ¡zas, como piojo! cae nuestro amigo, cruje bajo la suela del zapato su esqueleto concienzudo y la mucha o poca moral que tiene uno se desmorona, como un polvorón. Y ahi está el resultado, allí mero, gozoso en principio y luego, luego el dolor de cabeza. Ay ay.

redescritura olvidada

y tú tan aquí, tan olvidado y dado al cuás. Pobrecitas páginas, después del tiempo que les dediqué, si no escribiendo, por lo menos haciendo y deshaciendo y rehaciendo la presentación del blog, en busca del azul perfecto para mí. De qué sirvió, si ando en las mimas, los mismos desvelos e intrascendencias de siempre... pero pasa, o pasará; ni que la vida dependiera de esto. 

que no digan en clave de fa sostenido

que es como cuando uno se lanza de cabeza al mar y te lo dicen: no te lances de cabeza al mar porque vas a salir raspado, mira que la arena esto y aquello; pero ahi va uno y choca con la arena, se hunde, se raspa, y el libro, y las fotos, y los videos, y hasta el último correito y las chanclas y el sombrero se van al fondo de quién sabe donde: ni siquiera decir memoria porque ve tú a saber qué se perdió... pero finalmente, se queda uno con la satisfacción de que fue uno y no el otro quien la regó (hombre, qué bueno que perdí la casa, qué tal si hubieras sido tú). Y entonces un te lo dije regurgita desde lo más dentro de uno, de lo más profundo, entre encorajinado y qué mal que sientas esto o aquello, que no ves que ahi estoy con la cabeza hundida en la arena, no cómo crees, ahi voy, no mejor no porque me hundes más... total: que para qué te digo si ya sabes que te lo dije. En fin, te lo dije. 

holograma

...el final se aproxima: no hablo de otro fin, sino del final de un largo trabajo editorial que por alguna extraña razón, me fue absorbiendo hasta que se convirtió en algo personal y no en mera cuestión de trabajo. ha sido difícil, porque como en casi todo trabajo creativo, uno termina sintiéndose solo no obstante tenga interlocutores y colaboradoras afanosas que tratan de estar a la altura de mis expectativas (¡pobrecillas!); porque ha implicado retraerme en casa para convertirme en algo así como holograma, para Champs y para Amks... pero pasa, va pasando: el holograma se reconfigura y cede espacio al cuerpo, cada vez más decididamente, a pesar de las tentaciones que me aconsejan en tal o cual sentido cosas malévolas... y luego para decir que al fin y al cabo son un par de libritos que nadie va a agradecer (espero que sí a leer). Y como no soy Justo Sierra, caray, pasaré como siempre en las historias: de ladito, para volver si no a la escritura, a la redescritura. 

Hulk

Como si no fuera poca cosa esto de trabajar y que de los avances y retrocesos de uno dependa directamente el trabajo de una veintena de personas, por no hablar de ciertos compromisos, de prestigios, de dinero invertido. Y todo este esfuerzo para qué, para que uno lo sepulte sin reconocimiento de ninguna clase. Quién se acordará. Tampoco es que haya algo memorable, no, no hasta ahora. Pero en cambio, la otra cara: los sacrificios en casa, los roces, las suceptibilidades (porque todos se ponen demasiado sensibles), y yo, histérico. De mal humor, harto, con ganas de darle un par de patadas a la vida. No escupo al cielo porque me caerá en la cara, y no le escupo a nadie porque me rompe la cara. En fin, que se guarda más o menos la compustara con tal de conservar el rostro, pero entonces uno es una olla exprés que al tacto de una pelusa está por estallar, y la pelusa apenas roza y uno estalla contra quien menos debería temerla... Es el pequeño hulk que todos llevamos dentro, al acecho.