Del hubiera


El trabajo, en este díficil cierre de año, ha impedido que le dedique a mis notitas más tiempo del que quisiera. Me hubiera gustado continuar comentando mis anacronías sobre el proceso técnico-creativo-autodidacto de la “Bitácora” y carpetas que le acompañan. Me hubiera gustado hablar oportunamente de la tipografía y su relevancia para mí. Del minucioso trabajo de fijar criterios editoriales. De las imágenes que no hay en esta página, y de la que hay en esta página que me recuerda a los jinetes de las portadas de los programas del Hipódromo de 1982, y a papá en sábado, anotando en mangas de camisa, recostado en la cama, los resultados de las carreras como si guardara una memoria de sus aciertos y, principalmente, de sus malas decisiones al apostar por este caballo y por tal jinete (¡pinche Mercado, ya no tiene muñecas!), porque las carreras no eran cosa del azar, sino la correcta suma de una serie de datos precisos. Me hubiera gustado hablar más, pero en menor medida, de mis torpes hallazgos en la estructura de esta carpeta, que blogueros más experimentados en comentar y explicar sus propios hallazgos han hecho y hacen de manera sistemática... Pero hasta cierto punto, ocurrió lo que imaginaba y es que, como cuando uno escribe un cuento, de joven, con la firme creencia de que revoluciona algo que se revolucionó hará un siglo atrás, si no es que más, me vi rebasado por las incursiones de otros como yo antes, y así cómo no sentirse desalentado porque la imaginación de otros resulta en una competencia contra la originalidad... oh bendita ignorancia, cuántas satisfacciones nos deparas (ah, cuánto hubiera deseado escribir: “¡oh, inteligencia, soledad en llamas!”).
     Hubiera invertido en estos dos meses, támbién, más tiempo en la sustancia y menos en la forma pero bueno, pienso como novelista y veo el potencial de la la página en su estructura, sin poder deslindar la forma de la sustancia. Pienso por otra parte, que no importa, que haré cuanto ahora pienso que hubiera deseado porque, al menos por las noches, este tiempo compartido entre la vida laboral y familiar es mío, solamente mío, o relativamente mío. Pero mío. Casi. Y ahora mismo siento, porque es un sentimiento vago que proviene de la desmemoria, que me encuentro hablando desde un punto distante, medianamente distante, de donde yo me situé al emprender esta bitácora. ¿Era mi deseo llevar un registro puntual de mis más íntimos devaneos día por día? No. No tanto. Estaba, sí, el objetivo de preparar un texto por lo menos cada semana, de quitarme un peso de encima a cuenta gotas. Pero también encuentro, ahora que lo pienso, un tono disfuncional en este propósito, porque el propósito iba acompañado de una suerte de mordaza a cualquier calificación de mi trabajo. Un tache y censura a la reflexión personal sobre la creación. Como si a quién le importara. Y este sentimiento vuelve a revelarme, también ahora que lo pienso mientras escribo, que no he dejado de escribir solamente para mí, sino que sigo escribiendo para un lector que está más allá de mi epidermis, cuya respuesta aguardo secretamente. Aquí, yo, aguardo paciente, acabar con los hubiera, aguardo moroso, menos tarde que temprano.