Grupos de autoayuda

En busca de mejoras en la presentación de estas carpetas de textos, he dejado constancia de mi desidia y testarudez en la entrada anterior. La vista previa de los blogs se expresa casi correctamente al mostrar un texto justificado… ahora, porque hubo quien me señaló una omisión en la configuración de esta página: su solución al problema no fue la correcta, pero en sí, su observación me hizo reparar en la omisión de una orden en el cuerpo del CSS (qué es el CSS en pocas palabras, bueno, quisiera saberlo para poder explicármelo).
     Ahora también, tras una necedad, encuentro que el tema del diseño de blogs no es una ocupación menor; son muchos y muy generosos quienes se dedican a brindar apoyo a una cantidad nada despreciable de navegantes que, como yo, quieren hacer de un blog una página personal y creen que estas personas están para resolverles su problema de imagen, gratuitamente, nomás porque sí, porque su blog trata de las entrañas de Blogger, como si tuvieran obligación los unos con los otros. Su perfil es similar al de un diseñador o desarrollador web profesional o aficionado, pero con capacidad de expresión, de mártir y pedagogo, porque explican las cosas de la A a la Z, con pelos y señales: los diseñadores de oficio, cuando preguntas cómo se esto o aquello, nomás responden “bien fácil, mira, así”, y uno mira pero como no explican, se queda en las mismas. Ellos conforman un amplio grupo que podría denominarse de superación personal internáutico, o de autoayuda —sin ánimo de que resulte ofensivo el término para estos próceres—… pero a la vez, son individuos que encabezan grupos de autoayuda con tendencias adictivas para un lego como yo, que en el afán de entender y perfeccionar su colección de bitácoras, lo último que hace es escribir y publicar lo que escribe, sino cambiar una y otra vez, para después regresar a su estado original, el blog, cada noche todas las noches, insatisfecho por el resultado de artilugios sugeridos por aficionados y profesionales, funcionales eso sí, pero carentes de la respuesta que uno anda buscando, y en lo que busca y encuentra dándole órdenes al código html mediante scripts misteriosos, se va todo esfuerzo por registrar nuestros anodinos pensamientos y consideraciones irrelevantes sobre este u otro tema.

wysiwyg

... pues no, medianamente falso, medianamente cierto, porque nada más engañoso que la vista previa del editor de texto de Blogger, para creer que una entrada justificada será publicada efectiva y enteramente justificada, así que ni tan what you see is what you get.... Ah, una de mis lamentables luchas perdidas contra la imagen en internet, inimaginable en la letra impresa.

Música de fondo

Lo que más me gusta de navegar es precisamente el hecho de que me permite perpetrar búsquedas inútiles por entero satisfactorias: bajar sin pagar un quinto la música que adoro y acumulo en mi computadora; piratear tipografías y programas de edición para un libro que yo mismo formaré y tal vez un día mande a imprimir con un tiraje exclusivo de 100 ejemplares; encontrar imágenes y archivos de audio y video de los autores que más amo. Ahora mismo, teniendo como sombra persecutoria a un premio Nobel, escucho una entrevista de Juan Rulfo de 1977 (la colocaré en “Evasiones” más temprano que tarde), recuperada del sitio que más deploro de internet por lo anodino que puede resultar: YouTube.
     La voz de Juan Rulfo es música para mí, lo puedo escuchar como quien oye a los Beatles o a Benny Goodman; me estorba, eso sí, el entrevistador que está increíblemente bien informado sobre Rulfo. Sin embargo escribo y su discurso no me interrumpe, al contrario, me anima, me exalta, me hace vibrar como los Talking Heads: las inflexiones y la profundidad de su voz, los giros coloquiales que emplea, la concisión de la memoria, su percepción de las cosas y la congruencia entre el Rulfo legendario, el literario y el iconográfico es brutal, me apabulla.
     Rulfo, ignoro por qué, me recuerda a mi padre. No sé si me lo trae a la memoria porque es de Jalisco, o porque no deja de ser inexpugnable; porque lo veo siempre con su gesto enfermo, deslucido, la imagen que a veces procuraba Rulfo; o simplemente porque encuentro un parecido que a lo mejor, o sin duda, no existe. Puedo leerlo una y otra vez sin sentir hartazgo. Como me ocurre con Los de abajo, su obra me parece una de las más lamentablemente vigentes que existen en México, y quienes lo denuestan, los más absolutos estúpidos y engreídos. La patética realidad de una historia que no ha cambiado, persiste en más allá de sus libros, incluso ha irrumpido en mi hogar de manera inquietante. Sus atmósferas me son increíblemente cercanas quizás a causa de lo mítico y no se me dificulta encontrarme en ellas. A Rulfo le admiro, entre otras muchísimas cosas, la llaneza de su prosa; la envidio a la buena y la deseo más que a cualquier mujer porque es todo lo que yo no puedo dejar de ser: verborreico y barroco desde la idea hasta la ejecución.
     Rulfo es un parricidio que no estoy dispuesto a cometer; aunque en realidad,tal vez no esté dispuesto a cometer ningún parricidio. No por nada pienso en el drama de Rulfo y me topo con la imagen de mi padre, casi como efecto dominó.
     Cuando pienso en mi papá me imagino de dos maneras: primero, me veo espiándolo como si estuviera atisbando al Aureliano Buendía de los pececillos de oro, la imagen más vanal, más superficial y sentimental que me inspira él, diríase el lado cursi de la moneda; segundo, me veo buscándolo no como Juan Preciado buscaba a Pedro Páramo para hacerlo polvo, sino como en las entrañas de sus desoladores escenarios. Ahora, apenas ahora, justo ahora lo entiendo, y es que se trabajó con muertos, dice. Y en muchos sentidos, yo he estado trabajando mucho tiempo con muertos confundiéndolos con vivos, y a la inversa.
     Hace poco alguien me dijo que el alcohol destrozó a Rulfo; que el alcohol le impidió continuar escribiendo. No supe si reír o llorar, lo único cierto es que el comentario me lastimó como una nota desafinada por la ignorancia de la afirmación. Sólo Rulfo sabrá por qué rechazó continuar con sus relatos escritos, porque hubo otros que continuó en la fotografía. Uno de los corajes más enconados que he hecho últimamente —y vaya que he hecho corajes—, tienen que ver con Rulfo. Editaron un libro que hicieron pasar por suyo, una infamia que lejos de contribuir al esclarecimiento de su obra, lo demerita. El libro se llama Retales y deberían quemar la edición completa, es más, ni debería mencionarla pero quiero incitar al lector a perpetrar este justo acto de censura: quémenla, quemen toda la edición y con esta, si es posible, a los compiladores y editores, sin darles siquiera el derecho de pataleo. Esa farsa es una basura que podrían ser las notas a lápiz que uno realiza de vez en cuando en las márgenes de un texto, o al calce. (Las únicas anotaciones de esta índole que me gustaría editar son las de mi querido amigo Alejandro, muchas de las cuales dejó en numerosos libros de la Biblioteca Central de la Universidad: joyas de la lectura atenta, de las correlaciones entre un texto y otro de naturaleza por completo distinta. Las titularía Diálogos alejandrindos y el volumen sería posiblemente tan extenso como el de Platón, aunque un tanto más variopinto y, por tanto, enriquecedor.)
     Rulfo me ha dado el mejor consejo de toda mi vida, aunque tardé tiempo en seguirlo. En la entrevista, le preguntan cómo va con su novela y él, con la timidez acostumbrada, dice que ahí va, que espera terminarla este año y luego se deshace en ambigüedades para arrogarse el derecho de terminarla o no según su estado de ánimo, si tengo la serenidad, dice. Así estuve yo también, diciendo que este año publicaba el Manifiesto, o La paradoja del gato, sabiendo, sin aceptarlo, que no lo haría. Que después de A propósito del autor me sentí en la obligación de ser tan riguroso en el decir y el publicar, que no volví a sacar nada salvo un par de cuentos a solicitud de amigos. La inconstancia editorial ha sido la constancia de lo que, con grandilocuencia, puedo llamar mi obra. Pero creo que fue a Arreola a quien le oí decir que Rulfo jamás tuvo la intención de continuar la famosa novela de La cordillera, que no pasó de ser el borrador de una idea y la excusa permanente a las exigencias de su gremio, que no terminaba de entender que él ya no quería escribir, que lo que quería decir lo había dicho ya. Mi librito de cuentos está muy, pero muy muy lejos de ser El llano en llamas (y de decir lo que yo quería decir, si es que alguna vez lo supe), pero gracias a este librín y a Rulfo comprendí, mucho tiempo después de haber entrado al ruedo de las fabulaciones, que uno no puede andarse por el mundo dejando testimonio de su vanalidad, cuando por naturaleza somos insignificantes.
     Esto podría parecer una contradicción, sobre todo para quien se dé una vuelta por mis bitácoras. Tal vez entre la publicación impresa y la publicación electrónica no exista diferencia, pero tan cierto como que lo que es parejo no es chipotudo, los bytes de mis cuentitos no tienen el peso lapidario de la letra impresa... aunque tu libro sólo puedas conseguirlo en bodega, con el autor —por los buenos oficios de tu señora esposa que no deja de pensar que un día de estos vivirás de tus regalías— o en una librería de viejo y, por tanto, nadie sepa de su existencia. A Dios gracias. Ahora, si estos argumentos no derrotan esa impresión contradictoria entre lo dicho y lo hecho en estas páginas mías, es porque en efecto, soy una persona contradictoria. La vida, como dice Rulfo, no es muy seria en sus cosas. 

Pues sí

..., es extraño, publicar un cuento que escribí hace más de quince años...